sábado, 8 de diciembre de 2012

Carta a un joven que se va. Rafael Hernández •

Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza… Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.
 San Pablo, Epístola 1ª a Timoteo, cap. 4, vers. 12, 16. 

Seguro no recuerdas la caída del muro de Berlín, pues quizás naciste en ese mismo año o cuando más terminabas la primaria. Para ti y tus amigos, la muerte del Che es un acontecimiento tan remoto como lo era la Revolución rusa para los que nos fuimos a alfabetizar en 1961. Tan remoto como el siglo pasado. Aunque celebraste el nacimiento del nuevo milenio, te sientes más del siglo XXI que del XX. Si alguien te dijera que eres un cubano de transición, lo mirarías con extrañeza. (Te comento que esa frase despedía cierto resplandor en los años 60; ahora no tanto). En cambio, si alguien te preguntara si eres un ciudadano del Periodo especial, quizás te encogerías de hombros o le harías un comentario mordaz, pero en el fondo estarías más de acuerdo. La mayor parte de tu infancia y adolescencia han coincidido con ese Periodo especial, que a diferencia de los viejos, a ti no te ha tocado vivir como malos tiempos o incluso derrumbe de ilusiones, sino como único horizonte de vida. En estos 22 años, que vienen siendo como una generación y media, según los expertos, no has recolectado epopeyas como Playa Girón o la Crisis de Octubre, ni siquiera la guerra de Angola. Sientes que la mayor diferencia con los viejos, sin embargo, no ha sido la falta de aquellas gestas, sino de aquellos sueños. Esa épica revolucionaria se aleja más de ti mientras más la televisión vacía sus imágenes repetidas en la pantalla, las has visto tantas veces que no te dicen nada. Pero no es tanto eso lo que te falta, sino los proyectos que otros antes de ti pudieron hacerse. Cuando llegaste, todo estaba hecho, armado, por los que habían demolido lo viejo (lo que para ellos era “el pasado”), construido y reglamentado el orden nuevo. Tú, que no llegaste a tiempo para aquellas edificaciones, piensas que aquel país inventado por otros (para ti, “el pasado”) ya no existe, y solo sobrevive un orden viejo, más bien irremediable. Lo peor, sin embargo, no es haber nacido en un orden preestablecido, porque eso le pasa a todo el mundo, sino tus inciertas posibilidades de cambiarlo. En todo caso, no quieres invertir tu vida intentándolo, porque no tienes otra que esta; y aspiras a conseguir un techo propio, un empleo que te guste y te permita lo que puedas con tu capacidad y esfuerzo, sin penurias de transporte y luz, y planear para irte de vacaciones a alguna parte una vez al año, aunque tengas que quitarte de otras cosas. Piensas que la única manera de asegurarte esa vida es saltar por encima de este horizonte y buscar otros. 

No sé cuándo lo decidiste —y quizás una parte de ti todavía duda. Puede ser que se te haya ocurrido la primera vez cuando supiste que un amigo tuyo ya no estaba aquí; cuando, en un encuentro con viejos compañeros de clase, se pusieron a inventariar al grupo, y ahí se dieron cuenta de que muchos se habían ido. O porque a tu pareja se le ha metido en la cabeza y no para de hablar de eso el santo día. O porque esa misma pareja se ha hecho ciudadana española, y con ese pasaporte ya pueden irse a vivir a Europa o a cualquier país, hasta los mismos EE.UU.. O porque tus parientes en Miami, Madrid o Toronto pueden darte una mano. O porque simplemente necesitas respirar otro aire. 

Esta carta parte de creer que piensas con tu propia cabeza. Mi intención no es disuadirte, ni hacerte advertencias, ni mucho menos endilgarte un discurso patriótico. No pretendo hablarte como tu padre, consejero o guía espiritual; ni como mensajero de una fe religiosa, verdad revelada, voz de la experiencia o autoridad de maestro. Te invito a pensar entre los dos tus razones, pero sobre todo el contexto y significado de tu decisión de irte del país. A poner en situación tus argumentos, para sacar algo en limpio que, tal vez, pueda servirte. No creas que lo hago solo por ti. Tengo mis propios motivos, porque tu decisión de partir nos implica a todos, y sobre todo a los que no hemos pensado nunca en irnos. 

Te propongo primero que miremos juntos lo que tenemos alrededor. 

Oyes decir que los jóvenes no tienen valores, reniegan del socialismo, se quieren ir del país y no les interesa la política. Quizás los que así piensan identifican valores con sus valores, la política con movilizaciones y discursos, la defensa del socialismo con determinados mandamientos —entre otros, que este sistema es solo para los revolucionarios comprometidos, que un ciudadano cubano solo lo es mientras resida en la tierra donde nació, o que disponer de otro documento de viaje equivale a ponerse a las órdenes de una potencia extranjera. 

Te advierto que los que así razonan no son nada más “algunos funcionarios”, sino muchas otras buenas personas, íntegros ciudadanos, para quienes defender la patria no es una declaración. De hecho, cuando estos hablan de defender las conquistas sociales de la Revolución, la mayoría piensa en educación y salud gratuitas, y —si esa es la medida de la Revolución y el socialismo en el plano social—, es lógico que muchos digan que tú deberías pagarlas, si te quieres mudar a otra parte “donde no vas a defenderlas”. 

 En cambio, tú crees que esos derechos los conquistó la Revolución para todos, y por eso mismo son tuyos, sin más condiciones que haber nacido en esta isla. Has escuchado que, según la Constitución, los derechos básicos de un cubano están más allá de su manera de pensar; y que la justicia social y la igualdad son precisamente eso: principios y valores que hay que ejercer de verdad, sin sujetarlos a clase, raza, género, orientación sexual, religión o ideología, porque representan la conquista más importante de todas, la de la dignidad plena de la persona. Bueno, si tú estás de acuerdo con eso, quizás te sorprenda escuchar que eres una criatura del socialismo. Si te importan el bienestar de toda la sociedad, la democracia de los ciudadanos, la libertad (incluida la de todos los que te rodean) y la independencia nacional, te advierto que eres un ser más politizado que muchos habitantes del planeta —incluidos probablemente la mayoría de ese país para donde vas. 

También tú tienes, como esos otros buenos ciudadanos que acabo de mencionar, tus propias verdades asumidas, que compartes con tus amigos, y que ustedes tampoco ponen nunca en tela de juicio. Por ejemplo, piensan que son un cero a la izquierda, y que nada pasa por ustedes. Sin embargo, te comento que este sistema nuestro te consulta y te pide que te movilices, porque tu movilización y tus opiniones le son necesarias para que la mayoría de las políticas funcionen —aunque ni tú ni muchos burócratas lo entiendan así. En efecto, aunque ellos sigan pensando que lo decisivo es aceitar la cadena de mando y cumplir el plan, y tú creas que eres una nulidad en el sistema, cuando pides la palabra para criticar los Lineamientos, reclamas tus derechos en cualquier parte, protestas ante desigualdades y privilegios, aplaudes una crítica dicha sin pelos en la lengua, pides que las políticas no solo se enuncien sino tengan resultados —e incluso cuando acudes a la Plaza refunfuñando, para hacer quórum en la misa de Joseph Ratzinger— estás contribuyendo activamente a la política, y a mantener vivo un tejido sin el cual este sistema languidecería, y que los sociólogos llaman consenso

Por cierto, ese tejido es lo que sostiene también al capitalismo. La diferencia consiste en que este no requiere que participes activamente, basta con que no intentes subvertirlo, tengas la sensación de estar informado y poder decidir quién gobierna, yendo a votar (o no) cada cierto tiempo. Naturalmente que allá puedes expresar muchas opiniones y escuchar otras miles, elegir entre varios candidatos, enterarte de quiénes son y cómo piensan, sus planes y propuestas para los grandes problemas del país, e ir a votar (si eres ciudadano) por el que te parezca. Quizás te hayas preguntado a veces por qué este sistema nuestro, que tiene sus elecciones, no puede darle a la gente que piensa como tú la posibilidad de expresar sus opiniones políticas en la televisión, proponer tantos candidatos como quiera (no solo abajo, sino a todos los niveles), escucharlos, hacerles preguntas y saber lo que tienen en la cabeza, antes de votar por ellos y sus propuestas. Siempre has oído que la confrontación política en la televisión, una lista abierta de candidatos y el debate entre ellos no es otra cosa que la politiquería del capitalismo. Que si abrimos ese espacio, los americanos, la mafia de Miami y los disidentes se van a aprovechar para usar sus dineros y confundir al pueblo. Y al enemigo “no se le puede dar ni tantico así”. Etc. 

También debes haber oído, sin embargo, que nosotros mismos podemos acabar con esto que tenemos más probablemente que ese enemigo. Y que este y sus planes no pueden ser la causa de que dejemos de hablar de nuestros problemas, porque al final, la verdad se impone. Lo has oído, en la voz de los principales dirigentes, una y otra vez, pero es como si nada, los argumentos de siempre siguen ahí. Estás cansado de escuchar anuncios de cambios que no acaban de llegar, y que no dependen de “factores objetivos”, sino de una “vieja mentalidad” que sigue sujetando las riendas. 

Por cierto, ahorita que mencioné una frase suya, me pregunto si alguna vez has leído al Che Guevara. Hasta no hace mucho saludabas todas las mañanas recordando su nombre. Me figuro que lo admiras como protagonista de mil hazañas de guerra, y sobre todo, haber sido capaz de morir por sus ideas. Te es familiar el guerrillero heroico, pero lo que sabes del pensador político del socialismo es apenas unas frases sacadas de contexto en vallas y muros despintados, y ciertos lugares comunes, como el tema del “hombre nuevo” y los “estímulos morales versus materiales”. ¿Por qué será que nunca te hicieron leer en clase “El socialismo y el hombre en Cuba”? El Che no creía en la infalibilidad del gobierno o de lo que él llamaba la vanguardia. “Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de estas equivocaciones se produce, se nota una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a cantidades insignificantes; es el instante de rectificar”. También advertía que la participación ciudadana era esencial: “el hombre en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor. Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva en todos los mecanismos de dirección y de producción”. 

Tú también piensas que la participación no puede ser solo cosa de marchas, actos y reuniones, donde tu presencia no cambia nada ni incide “en los mecanismos de dirección”, sino por el contrario, se diluye en “cumplimiento de metas” y otras formalidades. Sientes que en esa participación falta compromiso, sinceridad, espontaneidad. Si te piden que pongas un ejemplo de formalismo, tal vez menciones a las organizaciones juveniles y los medios de comunicación, cuyo estilo y retórica te hacen “desconectar” a ti y a tus amigos; o los CDR y la FMC, donde tampoco te sientes participante de nada sustancial. 

No sé si sabes que, en un país donde puedes votar y ser elegido para cargos en el Poder Popular desde los 16 años, la presencia de jóvenes delegados en municipios y provincias ha ido bajando, desde 22 % (1987) hasta 16 % (2008). En la Asamblea Nacional, esa presencia promedio cayó al 4% en los años 90; y aunque creció en las últimas elecciones, sigue siendo inferior a 9% de los diputados. Como habrás oído, el porciento de viejos en el país ha aumentado y hoy es el más alto que hayamos tenido nunca (17,73 %); mientras el de niños y jóvenes ha disminuido. Sin embargo, los de tu edad, 16-34, son todavía el 31,41 % de toda la población que puede participar en el sistema político —muy por encima de los mayores de 60, que son solo el 21,6 % de los que tienen ese derecho. Obviamente, la presencia de jóvenes en cargos elegidos por voto está muy por debajo de su peso en la población adulta. Sea cual sea la causa de ese bajísimo perfil, está claro que mientras más jóvenes como tú salgan del país, menos será su presencia en cargos políticos; y si resides afuera no vas a poder votar ni mucho menos ocupar ninguna responsabilidad. Como ves, tu decisión de irte tiene hondas implicaciones también para los que nos quedamos. 

 Esto de irse del país no es nada nuevo, claro. Desde antes del 59, cada vez más gente se iba, sobre todo al Norte; de hecho, ya íbamos en camino de alcanzar una cifra como la de hoy, con más de un millón de nacidos aquí en el exterior. Cientos de miles, incluida la clase alta y muchos profesionales, se fueron en los 60. Cuando el Mariel (1980) y los balseros (1994), partieron otras decenas de miles, entre ellos muchos que no trabajaban, administrativos y obreros. En esas oleadas de los últimos 30 años, no había tantos jóvenes, profesionales y mujeres como ahora. Algunos te dirán, sin embargo, que de otros países —México, Centroamérica, el Caribe, para hablar solo de los vecinos— se va más gente que de esta isla y no pasa nada. Que hay más dominicanos, jamaicanos y guatemaltecos tratando de llegar a EE.UU. o adonde sea, que cubanos. Y que en definitiva, las remesas de los que se han ido mantienen a flote la economía de sus parientes y de su país. ¿Por qué tanto trauma con el caso de Cuba, si eso le pasa a otros muchos? ¿No habría que empezar a pensar que somos otra isla del Caribe, en vez de asumirnos como los raros y de vivir esta experiencia tan normal como una tragedia nacional? 

Otros consideran, en cambio, que somos un caso diferente, porque aquí la gente sale por razones políticas, no económicas. Algunos incluso nos miran como una isla rodeada de caña de azúcar por todas partes, donde nadie sabe lo que pasa afuera. Pero seguro tú sí te has enterado de lo que se dice sobre Cuba y los cubanos en el mundo. Aunque no tienes Internet en tu casa, conseguiste un buzón de correo electrónico, u oyes la BBC o Radio Caracol o Radio Exterior de España u otra de las muchas estaciones en español que se cogen desde cualquier radio. Es probable que hables con alguno de los millones de turistas que caminan por nuestras calles; que tengas un primo en Hialeah o Alicante; un amigo que viaja porque es médico, académico, músico o funcionario. Por alguna de estas vías, o por discursos que escuchas aquí mismo, habrás notado que se ha puesto de moda hablar del éxodo y de la diáspora cubanos. ¿Te has fijado que nadie se refiere a los japoneses en Sao Paulo, los turcos en Alemania o los gallegos en toda América Latina desde que llegó Colón como un éxodo o una diáspora —y son muchísimos más que nosotros en cualquier parte? ¿Por qué será? Estas palabras resonantes vienen de la Biblia, donde se usan para describir el éxodo desde Egipto a “la tierra prometida” del pueblo de Israel; y su posterior dispersión por el mundo. ¿Acaso seremos los judíos de estos tiempos? ¿Otro “pueblo elegido”, que paga la culpa por sus pecados? ¿Debería tocarle entonces a la iglesia, vicaria de Dios y ajena a los éxodos, la misión de reconciliarnos? Como ves, el lenguaje no es totalmente inocente. En todo caso, esa afición a creernos excepcionales y esa marea de palabras no nos ayudan mucho a ganar claridad sobre lo que somos y nos está pasando realmente. 

A fin de cuentas, dentro de poco, tú también serás “un cubano de la diáspora” —lo que siempre será mejor, por cierto, que si te llamaran “exiliado”. Cuando llegues allá, verás con tus propios ojos que algunos se fueron a la diáspora y han terminado en el exilio. Las causas de esa enemistad radican allá y aquí. En ciertos países, la industria del anticastrismo, con ramificaciones en muchos sectores, ha creado un mercado laboral, donde es posible conseguir un cierto empleo o modo de vida, si uno se radicaliza en contra. Como podrás comprobar, al revés que aquí, lo políticamente correcto allá es hablar mal de todo lo que pasa aquí, y esa norma, en ciertos lugares, puede ser muy estricta, ya lo verás. Otros, en cambio, se han puesto así porque del lado de acá les han hecho pagar costos elevados, no solo en dinero. Se han sentido castigados, sujetos de prohibiciones y separaciones, obligados a pagar una multa personal que les resulta injusta y onerosa, solo por haber decidido probar fortuna en otra parte. No importa que se haya reconocido oficialmente el origen económico y familiar de la emigración, se sigue cultivando insensiblemente entre muchos de los que parten un encono, cuyo costo rebasa todas las recaudaciones y contabilidades de corto plazo, porque deja una huella indeleble en las personas, y por lo mismo, en el cuerpo real de la nación. El precio de esa enemistad, naturalmente, es inestimable. 

Como ves, aunque tu decisión personal parece solo eso, tiene un significado social y político mayor. Te reitero que nada de lo comentado hasta aquí intenta cambiar tus planes. Estoy seguro de que si te quieres ir, no hay papeleo, ni trabas, ni condicionamientos familiares, ni tarifas, ni medidas punitivas que te detengan. Eso lo saben bien aquellos cuyos hijos se han ido, experiencia que incluye a todos los grupos y jerarquías. Algunos parecen olvidar, sin embargo, que sobre este tema de la política migratoria ha habido experiencias provechosas, que deberían tener un efecto demostrativo. Por ejemplo, en el sector de la cultura. Justamente, si fueras artista o escritor, no tendrías el dilema de quedarte aquí para siempre o irte para siempre. Podrías decidir trabajar afuera durante años, y finalmente regresar a tu lugar, para salir cada vez que quieras —como han hecho muchos. O seguir allá, mantenerte en contacto y colaborar con proyectos aquí, retornar una y otra vez —como hacen otros. Lo cierto es que la mayoría de nuestros artistas y escritores no se ha ido del país de modo definitivo. Si se tratara solo de términos “estrictamente económicos”, está claro que, para los intereses del país, su valor como capital humano es muchas veces superior a las gabelas migratorias. Esa política alternativa ha dado frutos no solo para ellos, sino para todos nosotros. 

No me vuelvas a decir entonces que la política no te interesa, porque la verdad es que todo esto te importa mucho —igual que a la mayoría de los jóvenes como tú, que viven afuera, pendientes de lo que pasa aquí. Si te preguntaran por tus sentimientos como cubano, quizás digas que estás orgulloso de que seamos así como somos, de nuestra herencia cultural, tradiciones, luchas por la independencia, creencias, valores, patriotismo. Ya ves que tu “apoliticismo” es muy dudoso, digan lo que digan o lo que pienses de ti mismo. Ahora bien, probablemente sí te va convenir mucho conectarte en directo con las realidades del mundo, y aprenderlas por ti mismo, cosa difícilmente alcanzable solo con Internet, la antena o el mp3. Salir de Cuba, además de probar fortuna, te da el chance de crecer por ese lado. Nada contribuye más a la educación política que viajar, conocer otras gentes y culturas, valores y creencias ajenas, palpar directamente y hasta experimentar los problemas de otros, para darse cuenta de dónde uno está. Si hubieras tenido la oportunidad de viajar y regresar, una y otra vez, el contexto en el que tomarías tu decisión ahora sería diferente. 

Quiero terminar esta carta, naturalmente, con una despedida. No queremos que te vayas. Pero si ya lo decidiste, ninguna talanquera burocrática te lo impedirá, y lo que más cuenta ahora es que no te vayas para siempre. Queremos que no partas del todo, y para asegurarlo, lo primero es poner un calzo para que la puerta siga abierta. Donde quiera que estés, piénsate uno de nosotros, y que perteneces aquí, pase lo que pase. No rompas ni nos des la espalda ni te dejes provocar por nadie, de allá o de aquí, que pueda convertirte en un enemigo. Levántate cada día recordando esta nave donde seguimos remando, que solo se mueve si todos la empujamos. También tú puedes remar desde allá, para que siga a flote y se encamine a buen puerto. No dejes que te entre el bicho de la soledad o la nostalgia, que no sirve para nada; ni te resignes a la idea de que estás lejos; ni dejes de estar pendiente de todo lo que nos pasa. Nosotros seguimos contando contigo. Te esperamos siempre, como al que vuelve de un viaje. Lleva con orgullo que eres un ciudadano de este país, porque la cubanía no es un documento de viaje, ni la patria un pedazo de tela. Habrá quienes te digan que somos una isla virtual o imaginada, un territorio diaspórico y otras metáforas. Tú y nosotros sabemos que Cuba es el espacio real donde compartimos cosas tangibles como riesgos y resultados, costos y aspiraciones, entre todos. Así debe ser; y será, si nos lo proponemos duro. 

Buena suerte y hasta pronto. 

La Habana, 31 de mayo de 2012.

jueves, 15 de marzo de 2012

Peloteros cubanos: La mentira de jugar en grandes ligas

Por: Edmundo García, periodista radicado en Miami, Estados Unidos
http://www.cubadebate.cu/opinion/2012/03/10/peloteros-cubanos-la-mentira-de-jugar-en-grandes-ligas/

Les prometí en mi último artículo (“Miami tampoco cree en lágrimas”) que investigaría y escribiría sobre la historia oculta de los peloteros cubanos que llegan a los Estados Unidos. Es la parte fea de la que nadie quiere hablar; pero aunque la prensa no hable de ella, no quiere decir no exista. Me refiero a la falsedad de esas leyendas sobre jugadores y prospectos recién llegados a Miami que por arte de magia un día firman para las grandes ligas de Estados Unidos y se vuelven millonarios. Aclaro que no es que me guste verle el lado feo a las cosas, escribo sobre esto porque dichas leyendas no son ingenuas y manipulan o exageran datos con el fin de engatusar a los deportistas cubanos e instigarlos a que abandonen la isla en riesgosos viajes por mar o deserten de eventos deportivos en el extranjero donde participan en representación de su país.

Las fuentes de esta investigación han estado o están vinculadas y comprometidas con los hechos desde distintas posiciones; por lo sensible y hasta peligroso del tema, han exigido dar la información porque consideran desde su conciencia la necesidad de alertar sobre lo que sucede, bajo condición de anonimato, subrayando que esta es una industria llena de ilegalidad, trampas y mentiras, aunque para algunos altamente lucrativa.

Según las fuentes en este momento hay en República Dominicana entre 120 y 150 peloteros o prospectos cubanos que no encuentran el prometido camino hacia las grandes ligas de los Estados Unidos. Una de las personas consultadas empezó por hacer una interrogante: “A las Grandes Ligas de los EE.UU. llega solamente 1 de cada 14 peloteros que juegan en el llamado beisbol organizado o ligas profesionales. De los otros 13… ¿Quién habla? ¿Quién cuenta sus destinos?”.

Muchos de los prospectos y peloteros cubanos (algunos con un historial, como Kendrys Morales) que han llegado a Miami y obtenido un permiso (”parole”) de las autoridades migratorias para permanecer en los Estados Unidos, tienen que marcharse seguidamente a República Dominicana con visas de turistas violando una de las condiciones de su estadía. Una transgresión a cambio de un supuesto regreso ya contratados para las ligas mayores; regreso que por supuesto no ha sucedido ni sucederá en la mayoría de los casos. Resultado, que numerosos cubanos se han quedado trabados en República Dominicana, sin papeles para volver a los Estados Unidos, sin boleto para el deporte profesional y sin Cuba. O sea, sin los viejos sueños y sin su país, que cambiaron por la dura realidad de tener que llegar a trabajar después de los entrenamientos en la limpieza de autos y otros menesteres de este perfil para completar el dinero de su sobrevivencia allí. De este tema les cuesta hablar, pero la procesión va por dentro.

La concentración en “academias” de entrenamiento del mencionado país caribeño y otros países centroamericanos es la verdad que predomina sobre casos excepcionales como el ya citado de Kendrys Morales, como el de Alexei Ramírez, firmado directamente en el 2008 por los White Sox de Chicago y ahora con Yoenis Céspedes, quien se va a Oakland.

Según algunos testimonios, resulta que esas llamadas “academias” no son más que albergues o barracas en mal estado, con baños colectivos y otras incomodidades que en nada se comparan a las condiciones en que muchos de ellos competían en Cuba, por muy modestas que se las quiera considerar. No son pocos los peloteros que han expresado su deseo de aspirar a volver a jugar en la Serie Nacional de Cuba, ante la alternativa de desempeñarse en ligas semi profesionales de poca calidad y bajo nivel organizativo, donde se paga nada o casi nada, como la que ofrece Tamiami en el Condado Miami Dade.

Los sueños de los peloteros cubanos chocan además contra la evidencia de que en los Estados Unidos existe un sistema casi impenetrable de llegada a las grandes ligas. Comienza en las escuelas elementales, sigue en High School, en College y luego en la Universidad, con un circuito bien asentado. Frente a esos carriles cerrados es casi imposible improvisar y solo unos pocos entre los muy talentosos y con dinero para pagarse un agente pueden irrumpir en las ligas profesionales. No existen en realidad, como algunos dicen por ahí, treinta asociaciones de grandes ligas esperando desesperadamente porque arriben peloteros cubanos a Miami para contratarlos. Es falso. Hay en los Estados Unidos una enorme cantera de nacionales para el gran circuito profesional, a lo que hay que sumar la competencia de otros muy buenos peloteros formados en Venezuela, México, Panamá, República Dominicana, Japón. Surcorea, China Taipei y demás países con tradición en ese deporte.

Es necesario decirles la verdad a los peloteros cubanos, sus familiares y al resto de los interesados antes de invitarlos a irse de Cuba o desertar en competencias; porque lo cierto es que una vez que dan el paso muy poca gente está en condiciones reales de ayudarles. Los famosos cazatalentos o “scouts” apenas tienen poder para redactar informes sobre algún que otro pelotero con buenas condiciones. Esos cazatalentos casi siempre dependen de un “coatch“, técnico o entrenador que les avisa sobre algún talento que tienen bajo su tutela; y todos juntos dependen de un agente que muchas veces tampoco tiene algo seguro que ofrecer por mucho que prometa.

Existe toda una cadena de negociantes colgados del talento de un joven pelotero que llega a Estados Unidos. En el mejor de los casos, que repito solo se da en contadas ocasiones, uno de esos peloteros logra obtener un “bono firma” o contrato del que tiene que entregar un elevado por ciento. Una fuente consultada dijo: “Un pelotero, según cálculos revelados por el célebre comentarista deportivo Bob Costas, se queda hoy con cerca del 40% del monto total de sus contratos.” Desde el momento en que empiece a cobrar tendrá que cubrir sus gastos con el dinero que le queda, pagar impuestos y saldar todas las deudas contraídas. Deudas que se cuentan desde el mismo momento de emprender el viaje de salida de Cuba, que cuando incluye a la familia suele ser mucho más caro. Para que se hagan una idea, otra de las fuentes consultadas para este artículo y perfectamente informada porque es parte del proceso dijo que el viaje de Yobal Dueñas y de Maels Rodríguez (sus familiares hacia Miami y los peloteros hacia El Salvador), salió a 350 mil por cada uno; un total de 700 mil dólares. Un gasto de esa magnitud no se hace por gusto y hay que reembolsarlo.

En otros casos, sobre todo para los que llegan muy jóvenes y sin su familia, los sueños chocan con la soledad, la falta de afecto y la discriminación; que algunas veces es indirecta pero igualmente ofensiva. Además de la discriminación por condiciones explícitas de raza y nacionalidad, se habla de un tipo de discriminación en la pelota norteamericana que está ligada al propio juego. Como cuando dejan a un pitcher lanzar más de lo debido para que le caigan a batazos, o le apuntan un hit o un jonrón que perjudica su record, o cuando no lo sacan de abridor o no lo rotan adecuadamente aunque lo esté haciendo bien, o cuando le critican la forma de celebrar una buena jugada. Uno de los entrevistados recordó que en una Serie Mundial al Duque Hernández lo dejaron seguir lanzando en un juego donde se le veía agotado; con el relevo listo, salió en la otra entrada y le dieron un jonrón que le empató el juego. A partir de esto también contó sobre lo duro que le resultó al pelotero William Plaza, quien por demás tuvo la oportunidad de firmar en el 2004 con 21 años para las menores de los Yankees. Gary Gálvez, que también pasó por las menores, tuvo otras experiencias muy duras en los concentrados. Ambos llegaron a valorar después muy positivamente el tipo de pelota que jugaban en Cuba. Otro de los entrevistados citó el caso de Jesús Ametller, ex jugador de cuadro de los Industriales que terminó jugando beisbol nada menos que en Moscú.

La explosión de llegadas de peloteros cubanos a los Estados Unidos tuvo que ver mucho con la experiencia de los primeros que vinieron; con los que triunfaron y con las versiones de ese triunfo que algunas personas inescrupulosas han puesto a circular por la isla como gancho para atraer jóvenes peloteros al negocio del deporte. Lo cierto es que, como dijimos, esa idea de desembarcar en Miami y seguir camino a las grandes ligas pertenece a una novela que muy pocas veces se hace realidad. Según un entrevistado en Miami que asiste regularmente a las exhibiciones o “tryout” de peloteros que se celebran, por ejemplo, en la Universidad Saint Thomas, a esas demostraciones deportivas no suelen ir observadores con posibilidades reales de sacar a los jóvenes hacia adelante en una carrera profesional. Más bien se pierde tiempo y se mal gastan ilusiones y dinero. Muchos de esos cazatalentos que se ven en los bancos de los terrenos de pelota no hacen más que tomar notas que luego nadie leerá. Nuestras fuentes agregan que ese tipo de desgaste lo habían visto en otros lugares como en Hermosillo, México, pero no pensaron que también fuera así en los Estados Unidos.

Sobre las experiencias en la pelota profesional de los Estados Unidos el ex lanzador de los equipos de Villa Clara, Cuba y Tampa Bay Rolando Arrojo (junto a un periodista y comentarista amigo suyo) editó un libro titulado “Confesiones más allá del dugout” (EE.UU. 2007) que recoge entrevistas sobre las experiencias en Estados Unidos de conocidos peloteros cubanos como Jorge Luis Toca, Euclides Rojas, Ariel Prieto, Maels Rodríguez, Osvaldo Fernández y otros; incluido el mismo Arrojo que recuerda todavía las palabras que le dedicó el Comandante Fidel Castro cuando decidió abandonar el equipo Cuba; las cito porque resumen muy bien lo que venimos tratando y muestran una vez más la posición positiva de la parte cubana para solucionar ese problema de las “deserciones”. Dijo Fidel el 10 de julio de 1996 en el Palacio de la Revolución durante la despedida a la delegación cubana a las Olimpiadas de Atlanta: “compraron al mejor del equipo, una persona, por lo demás, respetada y considerada por todos, al pitcher Arrojo, desaparecido, como es clásico, comprado -sabemos quiénes participaron-, porque se asustaron. No pueden vencer al equipo de béisbol, y compraron a Osvaldo, compraron a Liván y compraron a Arrojo”.

En el libro no solo se habla de las glorias en los Estados Unidos, también de los obstáculos, de los fracasos, de los trabajos y negocios en que se tuvieron que ocupar para seguir adelante, de los olvidos tras el retiro y de lo que significó para ellos jugar a la pelota en Cuba.

Hace alrededor de un año se vio en la televisión de Miami al Duque Hernández promoviendo una academia de pelota; y más recientemente a Agustín Marquetti acompañado de un hijo del mismo nombre al que no le fue bien como jugador, también promoviendo una empresa para enseñar beisbol.

Resulta que todos, quienes no les fue tan bien y quienes ganaron series mundiales en las grandes ligas con sueldos millonarios, tienen que ponerse a trabajar cuando declinan sus carreras y se retiran porque el dinero nunca es suficiente. Al final resulta que tampoco se gana tanto como se vocifera y hay que seguir sudando en el terreno de pelota o luchando el cheque de jubilación y las ayudas.

Por cosas como estas a veces me pregunto lo mismo que se preguntan muchos de ustedes: ¿por qué no pueden jugar los peloteros cubanos en las grandes ligas u otra liga profesional menor de los Estados Unidos sin que rompan con su país? ¿Por qué no pueden los cubanos, como los demás peloteros latinoamericanos, trabajar profesionalmente en algún equipo de la Major League Baseball (MLB) y residir o vacacionar en la isla? Lo diré claramente: No pueden hacerlo porque sencillamente OFAC (Office of Foreign Assets Control), la Oficina de Control de Activos Extranjeros perteneciente al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, no les permite cobrar un centavo si esa ruptura no se produce. Para decirlo de otra manera: para jugar y cobrar en los Estados Unidos los peloteros cubanos están obligados, quieran o no, a “desertar”.

Yo sé que a muchos deportistas cubanos en los Estados Unidos no les gusta que se les llame “desertores”, y les entiendo, porque casi todos los que han llegado desde mediados de los años 60 hacia acá se sienten parte del movimiento deportivo cubano. Recuerdo que en los momentos de mayor éxito con los Yankees de New York el Duque Hernández seguía diciendo que su equipo era Industriales. Y conozco también que René Arocha sigue queriendo a sus seguidores en Regla, o que el propio Rolando Arrojo sigue conectado con Ranchuelo; el problema es más sencillo y práctico: como les dije, es que si no rompen con Cuba no hay dinero. Y eso pasa solo con Estados Unidos, porque peloteros y entrenadores de pelota de Cuba están contratados en México, Panamá, Japón, España, Italia y hasta en Rusia. Algunos dirán que la Federación Cubana de Beisbol tiene regulaciones y convenios firmados sobre ese intercambio. Y es verdad. Pero países como China, Japón y Corea también son muy estrictos en las condiciones para autorizar la participación de sus deportistas y atletas en el escenario internacional. Por cierto, la dirección de la MLB de los Estados Unidos también regula la participación en eventos de los peloteros de las grandes ligas.

Pero es que ni siquiera se trata de jugar; solamente para que un equipo de la Major League Baseball (MLB) pueda hablar, conversar legalmente con un pelotero salido de Cuba se necesita primero que OFAC emita una declaración oficial que certifique el permiso o se corre el riesgo de una multa bastante alta.

Ni siquiera hay que vivir en los Estados Unidos para recibir esa presión; una persona consultada al respecto envió un correo que creo vale la pena citar extensamente: “Si tienen alguna duda pregúntele al Congresista Demócrata por Nueva York José Serrano el porqué redactó y trató de manera totalmente infructuosa, que se discutiera en el Congreso su proyecto de ley denominado Cuba Baseball Diplomacy Act. Este consistía precisamente en describir la discriminación a los cubanos y eliminar esta prohibición para que como cualquier otro pelotero de cualquier país del mundo los cubanos pudieran jugar en los EE.UU. sin tener para ello que renunciar a su patria. Y si todavía le queda alguna duda averigüe por qué Cuba tuvo que renunciar a priori a los ingresos que legalmente le correspondían, para poder participar en el I Clásico Mundial de Beisbol (Cuba decidió donarlos al Fondo para las víctimas del Katrina). O por qué todavía no se ha podido cobrar lo que le correspondió a Cuba del segundo Clásico.”

He querido dejar para el final lo que me dijo una entrevistada muy especial; una madre que sacó a su hijo a través de Centroamérica, con el objetivo de llegar a los Estados Unidos y que jugara en las grandes ligas, donde ella estaba segura que se haría una estrella. Con cierta emoción narró las peripecias por El Salvador donde su hijo de quince años fue obligado a jugar en un equipo de mayores junto a jugadores de hasta 38 años. Le pidieron el 30% de lo que pudiera ganar el muchacho para traerlo a Miami y aquí lo pasearon por las estaciones de radio y televisión, donde rehusó criticar a su país.

Un canal de televisión local hasta les pidió a él y su madre que cambiaran el hecho de su salida legal por una travesía en balsa; algo a lo que por supuesto ellos se negaron. La madre contó que siempre inculcó a su hijo que más importante que el dinero era poner a un estadio de pie. Y eso puede confirmarlo José Ariel Contreras, quien dinero, habrá ganado, pero nunca más ha recibido un aplauso, nunca más le han pedido un autógrafo, nunca más ha sentido jugar beisbol como lo sintió jugando en Cuba. Aplausos y honores que nunca le faltarán a su coterráneo, y compañero de equipo, Pedro Luis Lazo.